martes, 9 de abril de 2013

A mi profe, con cariño

Por casualidad, o no tanta, me topé sin querer (o queriendo) con el blog* de una profesora de la secundaria. Ni bien empecé a leer me trasladé, indefectiblemente, a mis días de colegiala. Le comenté a dicha señora que podía narrar con visión de estudiante mis recuerdos de ella si se animaba a describirme a mi... y reto mediante, acá estoy, tratando de cumplir mi parte.

Para situarlos a ustedes, queridos lectores, les comentaré que transcurría la década de los 90. Yo venía de una escuela primaria que me había maltratado (compañeros y señoritas), pero con la seguridad de lo que quería aprender. Fue así como a mis 12 años ingresé a la Escuela Técnica. Para mi, los mejores 6 años de mi vida.

No todo fue color de rosa, claro, pero digamos que en mi primer año todo lo parecía. Creo que la primera profesora que tuve fue Pérez, de lengua y literatura, con su mínimo metro cincuenta de alto y apenas 40 kilos, nos dió la bienvenida a la casa de estudios que nos acogería por el período antes mencionado (claro, si soportábamos la doble escolaridad y las exigencias curriculares).

Pero no es de esta querida profesora de la que vengo a contar, sino de la profe Mileo, de Historia y Educación Cívica.

Físicamente también menuda (como la de lengua), con ojos chispeantes, mente sagaz y comentarios sarcásticos, nos puso en vereda muy pronto. Sus clases (si no eran de las primeras horas de la madrugada) solían ser muy entretenidas, mezclando Tarzán y los egipcios sin que le temblara la voz. En segundo la tuve en Educación Cívica, y sus comentarios sobre política y sociedad eran mucho más audaces, pero siempre con un discurso que creo (ahora) no todos entendíamos. Era como si de profesora nos hubiese tocado a la mismísima Libertad, amiga de Mafalda (aunque con pinceladas de Felipe).



Y me pegó fuerte. Muy fuerte. Acá, en la sesera. Y no sé si para bien o para mal, me dio una manera de ver lo que me rodea, me enseñó a ser crítica, a no dejarme convencer así no más, a que a la autoridad hay que cuestionarla por las dudas, a que la historia y la educación cívica son mucho más que aprenderse nombres, fechas y artículos constitucionales (esta última es quizás una justificación mía a la imposibilidad de retener fechas, nombres y artículos).

Muy a pesar de ella, la creo una persona admirable y cuenta con todo mi cariño. Y acá va mi muy escueto homenaje a una de las pocas profesoras que realmente me enseñó algo.


* Los invito a pasar por el blog de mi profesora, estoy segura que me encontrarán entre líneas, realizando alguna tarea, obviamente. :
Perdón por mi docencia: http://perdonpormidocencia.blogspot.com.ar/

3 comentarios:

  1. Marina, ayer me hiciste reir, hoy estoy llorando al leer esta preciosidad que escribiste. No creo merecerlo. Cada tanto recibo el afecto de algún ex alumno y eso me emociona, claro, a pesar de que siempre creí que uno no es moneda de oro para caerle bien a todo el mundo y que seguramente, habrá otros tantos que no me recuerdan con buenos sentimientos. Pero, a pesar de que siempre se dice que los profesores tratamos a todos los alumnos por igual, eso no es cierto, las afinidades existen y nos sentimos más cómodos con unos que con otros. Muchas veces, cuando nos sentimos algo abrumados, damos la clase para aquellos que nos miran de "ese" modo, "esa" manera que nos permite advertir que la comunicación (fundamento esencial de la educación)se está produciendo. Gracias Marina, valoro enormemente lo que has publicado. Te mando un enorme abrazo y enseguida te haré llegar la descripción de esa alumna que afortunadamente he reencontrado.

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  2. El otro día te dije que te recuerdo perfectamente y es así. Los primeros días de clase, para mí, los alumnos son sus ojos, no sus nombres, ni siquiera sus apellidos. La experiencia siempre me llevó para ese lado y te confieso con cierto orgullo (poco habitual en mí) que rara vez me equivoqué (aunque lo mío es el error). Cuando vi una nena (sí, una nena) con una sonrisa medio apretada dejando pasar la mirada entre párpados no muy abiertos entendí que podían pasar dos cosas: que hubiera una imperiosa necesidad de permanecer despierta, lo que ponía en evidencia un interesante sentido del deber, o que un protegido, rico y abundante mundo interior estuviera tomando la precaución de no contaminarse demasiado con el exterior. Con el paso del tiempo, noté que pasaban las dos cosas. En la primera, nos hermanábamos y la segunda se completaba y confirmaba con la actitud de preguntar como a destiempo, habiendo esperado lo suficiente como para darle varias vueltas en la cabeza a la cuestión que despertaba su interés. Aunque eras una nena bastante integrada al grupo y con un sutil sentido del humor, no te arrastraba la corriente. Recuerdo un debate (aunque no el tema) en Educación Cívica de 2º año, en el que no acordaste con la mayoría que con actitud prepotente pretendía que cambiaras tu posición. Vos estabas de pie, de frente a la ventana, dando la espalda al círculo que habíamos formado para la ocasión, apoyando la panza en el pupitre de un banco y con una mano en el bolsillo del guardapolvo, mientras sonreías, con los "párpados no muy abiertos" ahora sí, claramente para que el mundo interior no sufriera daño alguna. Te mando un gran abrazo.

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  3. uf.. me emocionaron a mi también...

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